El
día de hoy conversando con una compañera de colegio me dio curiosidad de saber
que la llevó a convertirse en doctora. Entre varias cosas me dijo que era
sensible al sufrimiento humano y que le gusta ayudar. Encontré en su respuesta
lo que tiene que ser la piedra angular de casi toda profesión, sobretodo la
medicina. Pero bien, ya que estoy en esos menesteres ¿Por qué soy abogado?
Cuando
tomé el examen de aptitud vocacional para entrar a la universidad me salió que
mi vocación era una carrera investigativa, haciendo énfasis en la filosofía.
Salí del lugar y al mirarme en el espejo retrovisor del vehículo de mi madre me
dije: ¿de verdad, filósofo? Mi
idea de un filósofo para ese entonces, con algunos 20 años de edad, era una
persona que “hablaba mucho y no aterrizaba” y por si fuera poco, no conocía a
ninguno rico, así que en un análisis rápido que un simio no tendría nada que
envidiar, un amor de juventud, quien estudiaba derecho también; james bond, por
eso de que se ve bien en traje, además el hecho de que me gusta hablar y
escribir, me dije: “¡eso es! ¡Debo ser abogado!”
En
la actualidad, cuando el derecho es quien paga mis cuentas y luego que mi
amiga doctora me hablara de su vocación humana, leí un artículo de la muy mencionada sentencia del tribunal constitucional sobre los nacionales haitianos,
haciendo nacer en mí la disyuntiva entre el ser humano y el abogado.
Como
abogado, apoyo y respeto la decisión, al punto de asegurar que si en el futuro
me toca ocupar una posición que de mi dependa la ejecución de la mencionada
sentencia, nadie podrá dudar que lo haría sin que me tiemble el pulso, pero, si
en ese mismo escenario hipotético, mi hijo decide encabezar una protesta en
contra de la misma; al llegar a la casa lo abrazaría con el mejor de mis
abrazos y lo miraría con el pecho lleno de orgullo, porque a este mundo no le
hacen falta más abogados, sino, más seres humanos.
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