Recuerdo mi primero sueldo en la Suprema Corte de
Justicia, hace algunos 15 años cuando trabajé en la 8va Sala Penal del Palacio
de Justicia de Ciudad Nueva, RD$3,800 aprox. Salí del banco al cambiar el
cheque con quien luego sería un hermano para mí (Jean), y él me insistió que
comprara un celular, así lo hice y a partir de ese momento no he dejado de
tener un teléfono móvil, luego, años después, entré a la fiscalía y mi primer
salario lo gasté en un control para jugar en la PC, y así, muchos salarios
fueron destinados a comprar “cosas vanas”, ayudado por el hecho de que a pesar
de no venir de una familia “rica” en términos económicos, en casa mami y papi
se partían el lomo para tener nuestras necesidades básicas cubiertas, sin
grandes lujos, pero sin hambre.
Al pasar
los años fui manteniendo esa conducta, y por mucho tiempo, ya haya sido por
presión social o por querer darme esos “lujos” de los que me creía merecedor, he acumulado
algunas cosas que al verlas me pregunto “¿qué hago yo con toda esta porquería?”
ayer, por ejemplo, fue un día de esos…
Luego de pasar de sol a sol reparando esto y dando manteamiento
a aquello, salió un Mujica de mis adentros preguntándome –“¿cuánta vida vos perdiste
para obtener eso y cuánta vida estás perdiendo ahora para mantenerlo?”-
caramba, cuantos abrazos dejé de dar, cuantas conversaciones dejé de tener,
cuantas cosas habré dejado de ver por cosas menos valiosas que un te quiero de
mami, un abrazo de mi hijo, un beso de mi pareja, una conversación con un amigo
o un rato a solas mirando el caer del sol sobre el mar, he dejado de vivir por el afán de tener.
No es que tenga que andar descalzo o con zapatos
incomodos, o bajo los parámetros personales “mal vestido”, tampoco negarme un
buen trago, una buena comida; es hacer un equilibrio y saber que cada cosa que
adquiero es una nueva responsabilidad de la que seré esclavo y evaluar si
realmente vale la pena la satisfacción que me da sobre la vida que me cuesta
tenerlo.
Así que este año me he propuesto reevaluar que me
causa felicidad y con el ejemplo, enseñar a mi hijo que la felicidad es
personal, que no está en mirar que tiene el de al lado, ni el de atrás, ni el
de adelante, soñar que con los años no será preso de la misma trampa en que una
vez caí.